Viernes 21 de febrero de 2014. 07:20 am.
Vincent se despierta para afrontar su último día laboral de la semana. Se prepara un café, enciende un cigarrillo y, preocupadamente, revisa su correo electrónico. Suena el timbre y debe recibir a su nueva visita, esta vez una mujer y con un apetito de catarsis desfavorable.
— ¿Selway?
— El mismo. ¿Usted?
— Diana. -le responde con una sonrisa.
Se acomodan en los sillones para empezar a conocerse y fundir los problemas donde siempre.
— Usted debe tener muchos casos de estos así que espero no me intimide.
— Diana, acá nadie la va a juzgar, acá estamos para hablar y pensar.
— Bien, cuando le dije que debe tener muchos casos me refería a que mi problema principal sería un descontento cotidiano-familiar.
— ¿Y eso cómo sería?
— Digamos que mis hijos son un desastre y mi marido se eleva con potencia por encima de ellos.
— Le voy a pedir que me detalle bien a su familia; nombres, edades, y las cosas que los hacen ser un desastre.
— Yo tengo 31 años, después está mi hija, Luciana, tiene 18 años y es la hija que nunca quise tener. Repite el año escolar, es irresponsable, vaga, vive en la calle, tiene un novio no tan irresponsable como ella y tiene vicios. Mi hijo, Lautaro, tiene 17 y es todo lo contrario pero bien al extremo. No sale a ningún lado, no tiene amigos, también repite de año y dibuja cosas de mal agüero que cree que lo van a hacer llegar a alguna parte. Y por último está mi esposo, Esteban, él es el que más sufrió. Tuvo una infancia dura, sus padres se separaron cuando él era niño y siempre busca consuelo en mí.
— ¿A qué se refiere con buscar consuelo?
— A que siempre sufre por eso que le tocó vivir, y yo soy la única persona que él tiene y debo estar con él.
— Hay algo que no me está terminando de contar, Diana, por favor, siga y sin cortes.
— Como le dije, tuvo una vida difícil... ¿Tiene agua, por favor?
Selway le sirve agua y retorna; — Siga, por favor.
— El de vez en cuando necesita descargarse...
— ¿Con qué se descarga?
— Conmigo. Me pega. Cada vez que yo le reprocho que no ayuda con la economía en la casa, que no busca trabajo, o algo similar, me pega.
— Diana, usted está justificando a un psicótico.
— No es un psicótico, es un hombre bien hecho, con problemas, simple.
— Mire, una cosa es que haya tenido problemas de chico, que no los pueda superar, y otra muy distinta es que atente contra los derechos de una mujer, y mucho más si esa mujer es la que duerme a su lado todas las noches.
— ¿Y qué? ¿Usted va a ir y le va a pegar?
— No, yo no puedo hacer nada, usted es la que tiene que hacer. Y en todo caso el que tendría que estar sentado en ese lugar es él.
— ¿Qué pretende que haga?
— ¡Denúncielo!
— Cada vez que discutimos, me pega, después se sienta en la cama, se pone a llorar y a decir en voz alta las cosas de su pasado. No puedo hacer nada, sólo ir a su lado, abrazarlo y me pide perdón.
— Usted dice que cada cosa mala que él vivió debe borrarse con un moretón en el ojo de su mujer.
08:18 am.
— Ustedes siempre quieren curar a la gente haciéndoles recordar las cosas malas que vivieron. Ya es la hora. Me voy.
Vincent le abre la puerta, Diana se retira sin saludar y así hasta la próxima sesión.
Lunes 24 de febrero de 2014. 09:00 am.
Suena el teléfono de Selway, atiende y responde: — Pero su cita era a las 10:30 am..., sí, claro, venga.
Se abre la puerta, Diana con el ojo casi negro por un golpe; — ¿Me puede abrazar? -dice, mientras llora y mira a Vincent.
— Sí, claro, pase. ¿Qué pasó?
— Me estaba bañando para venir para acá y Esteban me agarró el teléfono, vio que tenía mensajes con usted, de las sesiones, y se puso como loco. Se me metió al baño, me sacó mientras me gritaba preguntándome quién era el de los mensajes. Le dije que había empezado un psicólogo y más loco se puso. Me empujó contra la pared, me pegó y empezó a tirar cosas para todos lados. Me cambié lo más rápido que pude, y él ya estaba preparado para pedirme perdón así que me vine y lo llamé a usted.
— Lo bien que hizo, Diana, usted no puede seguir viviendo así. Eso no es vida. Debe reaccionar.
— Perdón por caer así, de repente y como estoy.
— No tiene por qué, yo voy a estar si me necesita.
El se levanta, prepara café para los dos y vuelve para conversar, nuevamente.
— Las principales fases del golpeador son: celos, enojo, violencia, arrepentimiento y llanto. Usted no debe querer no darle celos porque son ambiciosos, y si sigue haciéndole caso va a terminar con una correa en el cuello y él sacándola a pasear.
— ¿Qué pretende que haga?
— Yo no pretendo nada, pero sí quiero hacerla reaccionar para que vea el infierno que está viviendo. Debe tener más fuerza de voluntad.
— Cuando estoy con usted soy una cosa y con él otra...
— No, Diana, usted es una mujer, no una cosa. Y eso se debe al temor que tiene.
— Yo sigo con él por mis hijos también.
— En la primera sesión me dijo que sus hijos eran un desastre, yo no me imagino una innovación inmediata de odio si deciden en algún momento terminar la relación y los hijos pasar a vivir otra cosa. Quiero decir que no les vendría mal un cambio monótono.
— Pero no lo quiero dejar solo. El me necesita.
— El necesita alguien inferior para sentirse más, necesita alguien que le haga caso y que le haga creer que está haciendo las cosas bien, y si no tiene eso, ¿qué va a pasar? ¿Se va a pegar solo? No, va a hacer de su vida lo que sienta, mientras tanto, usted tiene que empezar a vivir como se debe fuera de eso.
09:55 am.
— ...¿ya es la hora?
— No, todavía no, pero si sigue con esa actitud de querer evitar siempre la realidad, deberá buscar un guardaespaldas porque siendo buena persona los golpes no se van... Y ahora sí es la hora.
Diana agarra su cartera, se acerca a la puerta, Vincent se levanta, le abre la puerta, le hace una seña cordial de despido y ella se va. El sigue con su escritura y todavía le queda un día entero por enfrentar.
— ¿Qué será de Gustavo? ¿Le habrá metido sentido a sus días? Ojalá lo haga, él que puede... -se dice así mismo recordando al primer paciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ya sea puteada o halago, dejala.